23 de abril de 2008

Conversaciones...

Ayer amaneció un día precioso, abuela. Habíamos quedado para comer en casa de mis padres con los críos, ya sabes... Yo me había cortado el pelo y según entré por la puerta ví tu sillón de siempre. Supongo que necesité que me dijeras qué te parecía porque yo no estaba muy convencida, además que últimamente había algunas cosas que se me pasaban por la cabeza que necesitaba hablar contigo.... Así que decidimos venir a verte. No me regañes, te compré este ramo de flores porque hace unos días fué tu cumpleaños y yo estaba trabajando y no pude venir personalmente a felicitarte. Ya sé que te hubiera gustado más una planta con flores de colores a la que poder ver crecer, así que lo tendré en cuenta para la próxima vez. Claro que tendrías que encargarte tú de regarlas, ya lo sabes.

No me gusta que estés tan sola abuela. A mí no me gusta sentirme así; os necesito cada día a mi lado a todos vosotros: la confianza que me da papá, el cariño de mamá, la ternura de mi peque, las risas y las palabras de mis amigos e incluso eso que no sé bién lo que es, pero que a veces me quita el sueño y me confunde y hace que mis emociones sean como una montaña rusa subiendo y bajando, y hasta mis hormonas se me disparan cuando pienso en él. Porque él es... no sé lo que es. Seguro que tú sabrías definirlo mejor o al menos cómo llamarle.

Sí, ya lo sé abuela, tengo que tener cuidado y proteger mis sentimientos, pero es tan hermoso sentir... Sentir y dejarse llevar hasta que estalle el corazón. A veces se nos queda tan encogido con los palos que nos va dando la vida que es como si se achicara a cada golpe . Yo no quiero que mi corazón desaparezca de tanto maltratarle. Yo quiero que vuelva a ser el de siempre y quiero sentir la fuerza de sus latidos. Ojalá pudiera contagiártelos y volverte a ver bailando en el salón de casa con Miriam. ¡Ay abuela!, ya sé de dónde he sacado yo toda esa vitalidad y esa fuerza. Ya sé por qué dices siempre a todo el mundo cuánto me parezco a tí... y creo que nunca te he dicho lo orgullosa que estoy de haber sacado tus genes y tu genio... Lo orgullosa de tenerte...
¿Sabes una cosa? Tu habitación ha quedado preciosa. Fui de compras con mi madre y yo elegí los colores que sabía que te gustarían: todo en tonos naranjas, amarillo fuerte y verdes. Ahora desprende luz y calor y de nuevo está llena de vida. Cuando llegué a casa después de haber estado contigo, me tumbé en la cama unos minutos observando cada detalle. Sé que te va a encantar cuando la veas, abuela. Ya lo verás...

Cada vez te echo más de menos. Pronto volveré a visitarte... pero sola. Así podré contarte muchas cosas que aún no sabes y que como fué tan precipitada tu marcha, no me dió tiempo a decirte. Pero no te preocupes, que volveremos a tener un ratito para nosotras.
Por cierto, no te lo dije pero acabé comiéndome tus bombones, que estaban a punto de caducar; te los olvidaste en el armario. Y cuidaré del mantón de manila que te regaló tu padre, hasta que vuelvas...

Tengo tantas cosas que contarte, abuela. Bueno, no me has dicho, ¿que tal mi corte de pelo? ¿Bien, no? Tú es que siempre me has animado en todo...

Se me hace tarde y tengo que dejarte. No olvides que pienso en tí.

No lo olvides nunca abuela.
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