Se va.
Y aquí quedas tú intentando seguir respirando.
Ni siquiera sientes que el aire fluye
a duras penas dentro de tí.
Tal vez porque ese dolor sordo dentro de tu pecho
es tan intenso que te podías
estar desangrando sin enterarte.
Uno no sabe de qué tamaño es el alma
pero la sientes desgarrarse a girones
a través de todo tu cuerpo
y salírsete a borbotones cegándote los sentidos
y quisieras gritar tu impotencia y tu negación
pero se te queda atravesado en la garganta
escapando en forma de un triste gemido.
Se va.
Luego tienes que lidiar con tu vacío.
Porque el alma se debió deshacer en lágrimas
y te ha dejado hueco por dentro pero demasiado dolorido.
Y lidiar con los recuerdos que
aunque físicamente no ocupen espacio, lo llenan todo.
El día a día está lleno de los olores, de los sonidos,
de la imagen y de flash back del que se ha ido.
Sólo la piel se queda huérfana de roces
y es la que más sufre la ausencia.
Esa necesidad de tocar, de expresar, de besar,
de transmitir ese amor ya inconcluso...
¿Cómo acarrear con todo ese amor intacto
el resto de tu vida?
Se va.
Y es como un cruel intercambio.
Una parte de tí muere y se marchita sin él.
Y una parte de él late contigo por siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario